Nuestros sentidos son las ventanas que tenemos abiertas al mundo, al exterior, a lo que nos rodea. Nos conectan con la existencia y nos enlazan con la vida. Y por estas ventanas abiertas nos entra la brisa viajera que nos penetra en la piel y nos pone la carne de gallina: los sentimientos. Porque no hay que olvidar que vivimos para y por los sentimientos, sin ellos no vivimos, sino que sobrevivimos. Una de las grandes tareas en la aventura de vivir es dar sentido a los sentidos –si se nos permite el juego de palabras-, y para conseguirlo debemos detectar y articular los tentáculos poéticos que rozan, primero, y penetran, después, la emoción.
Una buena imagen fotográfica, los trazos de un artista sobre un lienzo en blanco o los precisos acordes de una pieza musical, activan nuestra sensibilidad. Somos capaces de emocionarnos con ellos porque percibimos estas sensaciones a través de la ventana de la vista o del oído. La caricia de la persona amada la interiorizamos por la ventana del tacto. Percibimos el perfume del jazmín o el olor de un libro recién salido de imprenta a través de la ventana olfato. Y así con el resto de los sentidos. Pero para dar sentido a los sentidos no es suficiente con tener la ventana abierta si tenemos echada la cortina y bajada la persiana. Sólo con la apertura total somos capaces de captar, sentir y emocionarnos. Es entonces cuando “tienen sentido los sentidos” y sentimos en plenitud. Adquiere corporeidad el binomio sentido-emoción: el color de una canción, el tacto de un poema, la melodía de una caricia, el sabor de un destello celeste.
El olor, el perfume, el aroma… ese suave rasgueo que emigra del exterior para trepar como una magnolia y cosquillear los pliegues más recónditos del espíritu. Las flores, los cosméticos, la comida, las personas, el mar. Para qué seguir…
Y las letras!!!!!!
El aroma, ese efluvio de tela dorada que cubre las letras de ADN. Todas ellas. Las escritas, las dibujadas, las diseñadas.
La letra -la escritura, que nos hizo humanos- como instrumento humanizador, como ampliación del propio «yo», como soporte físico del pensamiento que ha hecho que los humanos, en nuestra evolución antropológica, nos hayamos felizmente alejado de nuestros orígenes más zoológicos. Intrínsecamente, la letra tiene personalidad propia, y la personalidad es la brisa –en ocasiones incluso un vendaval- forjada por nuestros sentidos. Nuestras ventanas abiertas al mundo.
Como alguien dijo en relación a la música; una buena tipografía es: un buen concepto, un buen dibujo, un buen ritmo, un buen espaciado, una buena proporción..pero también “algo” más, un “algo” que nadie sabe muy bien cómo definir, pero que al final es lo único que importa. Y ese «algo más» en tipografía es el aroma, el perfume letrístico. La búsqueda de este misterio es lo que hace excitante, como dice mi maestro Ponç Pons, viajar por kilómetros de tipografía buscando la fuente del Sentido, el río del Placer y el mar de la Verdad. La letra, la tipografía, hay que vivirla como un misterio y como tal misterio nunca obtendrá respuestas racionales y concretas. ¿Cómo se concreta un aliento? ¿y una caricia? ¿y una emoción? ¿y un aroma?
Un problema en el camino de la creación tipográfica es una dificultad que tiene solución y se puede vencer. El misterio, en cambio, compromete y, al mismo tiempo, enriquece a la persona porque escapa a su capacidad de encontrar respuestas racionales y exactas.
La excelencia tipográfica, por supuesto, no se puede conseguir sin unos conocimientos históricos, técnicos, de ejecución, de perseverancia, del detalle, del trabajo empírico. Pero como nos dijo el gran maestro Algecireño de la guitarra universal, Paco de Lucía, «hay que conocer la técnica tan bien, a un nivel tal, que nos podamos olvidar de ella y que lo que queremos decir salga directo del corazón sin que se note el paso intermedio que es el instrumento». Esta cohabitación entre lo material, lo palpable, lo cuantificable, lo que nos toca la razón, con lo intangible que toca los sentidos, convierte el proceso de creación tipográfica en un tarea excitante, de búsqueda continua de un artefacto funcional y utilitario con destellos de aroma que nos perfuma el alma. En el cosmos tipográfico, una parte no puede vivir sin la otra, y viceversa. Son -como el dios Jano- dos caras de la misma moneda. Cuando ignoramos el carácter metafísico que inunda y da «sentido a los sentidos» con porciones perfumadas de aromas, cualquier explicación de la realidad (tipográfica y humana) queda reducida a las causas materiales y, por lo tanto queda incompleta, falseada.
En algún momento podemos argumentar que no es razonable considerar algo invisible; parece que lo obligado es rebatir lo que no se puede ver. Pero el peso de la obviedad es implacable y nos demuestra que lo invisible e irreal no siempre son sinónimos, y por lo tanto lo invisible por el hecho de serlo, no tiene por qué ser irreal.
Así que, personalmente, un servidor continuará con las ventanas abiertas de par en par, todos y cada uno de mis días tipográficos, para que entre por ellas sin obstáculos ni pre-juicios ese “algo más» invisible, y así encontrar sentido al culebreo del aroma que nos incita a la emoción con las ventanas siempre abiertas al mundo en qué vivimos.
Se trata de “vivir y sentir” la tipografía como una sesión de acupuntura, donde cada letra nos tiene que tocar un sentido.
EL AROMA DE LAS LETRAS
Tipografía, tú escupes
olores, perfumes,
y el aroma penetra
las telas doradas
de la palabra.
Tu voz, una caricia
mensajera que se clava
como la niebla
en el bosque del cisne,
me carcome
la forma interna
de cada letra.
Y el olor penetra
la piel nocturna
de la palabra desplegada
y descose
las pestañas de azahar
en cada exhalación diurna.
Tu aroma
siempre encuentra
mis sentidos
cuando entra, lascivo,
en el pulso del lenguaje.
Y con el codo
rozando el soporte físico
de las ideas,
nace el aromático
instante en que
-letra a espacio
espacio a letra-
la palabra se viste
y me esconde su desnudez.
Y entonces,
cuando la inhalación
injerta la historia
en el grito de las palabras,
las manos
tipográficas
renacen
y los bálsamos
engrandecen los glifos.
El batallón alfabético,
disperso en los olores
tipográficos,
nos carga de sueños
para velar
cada mañana
tus aromas
con la yema
de mis sentidos
en llamas,
siempre
en llamas.
Diseñador pasional de tipografía, diseñador gráfico (socio-fundador de Estudi Dúctil) y amante, aventurero y hacedor de poesía.
Damià Rotger Miró es diseñador gráfico especializado en el diseño de tipografías y amante de la poesía. Se diplomó en Comunicación Grafica, cursó un posgrado en Diseño de la Identidad Corporativa y otro posgrado de Tipografía y diseño editorial. Actualmente compatibiliza el diseño gráfico en el estudio Dúctil (del que es socio fundador) con el desarrollo de proyectos tipográficos. Es profesor de tipografía y diseño editorial en la escuela Edib de Palma de Mallorca y profesor en el Máster en Dirección de Arte Publicitario en la Universidad de Vigo. Organizador de Gliglifo (junto a Pedro Arilla), co-fundador de Formats (plataforma para la creación de cursos y talleres en tipografía y diseño gráfico), colaborador en PechaKucha Mallorca y miembro de Lletraferits. Ha sido el pionero en Baleares en la docencia de Tipografía y ha impartido conferencias y talleres por todo el país. Ha sido jurado en varios concursos de diseño y ha obtenido numeroso premios y nominaciones. Sus trabajos han sido premiados y expuestos por todo el mundo.
www.ductilct.com
www.gliglifo.com
Es autor de las tipografías Concu, Miona, Crespell, Dúctil, Lullius Rotunda, Lullius Textura, Lullius Textura Modula, Cintax, FernandezCoca, Nuada, Moll, Namaste y UIB. En la actualidad está trabajando en el encargo de una recuperación tipográfica y otro de una macro familia tipográfica de textos para una editorial de poesía y ensayos.