De vuelta del congreso de Tipografía de Valencia, todavía en el tren, voy dándole vueltas a una de las intervenciones que sin duda generó más debate en el transcurso de las distintas jornadas; la referida al modelo de enseñanza de la tipografía en las escuelas de diseño, de la que formaron parte José Ramón Penela, José Mª Ribagorda, Enric Jardí, Hernán Ordoñez y Txus Marcano. En ella se vertieron ideas interesantes y controvertidas acerca de cuales debían ser los paradigmas desde los cuales vertebrar la enseñanza alrededor de esta disciplina, especialmente después de la intervención de Enric Jardí, que no solo cuestionó el modelo vigente basado en la revisión histórica y su proyección, sino que también sugirió que ésta fuera enmendada para eliminar a algunos de los personajes que según su criterio no merecerían el reconocimiento de la memoria (mención especial a William Caslon). A partir de ahí se generó un debate interesante que el mismo Enric insistió en mantener encendido mostrando cierto desprecio por áreas como la ortotipografía o por el proceder de algunas escuelas incorporando talleres de tipos móviles en la formación de sus alumnos, reflexiones que tanto por el fondo como por la forma fomentaron la participación del público asistente que abiertamente se posicionó -como es natural- como le vino en gana.
Aunque como acabo de indicar el público asistente tenía la oportunidad de intervenir, la escasez de tiempo y la contundencia de las afirmaciones vertidas me llevaron a desestimar esa posibilidad para intentar posteriormente una aportación más reflexiva y calmada, centrándome especialmente en lo referido a la conveniencia de incorporar talleres de letterpress en las escuelas (respuesta casi obligada dada mi vinculación tanto con el mundo docente como con el trabajo con sistemas de impresión con tipos móviles). La siguiente reflexión no busca tanto responder las afirmaciones de Enric Jardí -personaje que me merece todos los respetos y de quién año tras año recomiendo sus libros a todos mis alumnos- como basarme en ellas para, contrariamente a su opinión, fundamentar el uso de las técnicas tipográficas basadas en la tipografía tradicional (letterpress) como herramienta formativa complementaria en el proceso curricular de los alumnos en las escuelas de diseño.
En primer lugar creo que en su embate, Enric cayó paradójicamente en el mismo error en el que -bajo mi punto de vista- caen a menudo aquellos que defienden a ultranza el uso de la impresión tipográfica tradicional, y es basar o entender dicho uso en motivaciones más cercanas a la nostalgia y a la recurrente exaltación del pasado que a su adecuación a un presente real e incluso a una hipotética proyección en un futuro. Efectivamente, si es así como entendemos la impresión tradicional en la actualidad, mi posicionamiento se acerca más a su discurso: no me parece que un texto, por el hecho de estar impreso en tipos móviles, vaya a mejorar a otro compuesto en un ordenador e impreso en cualquier otro sistema (por el contrario, probablemente las limitaciones de la materialidad física del sistema tipográfico procuren mayores errores de espaciado que cualquier otro sistema), y francamente, apelar indiscriminadamente a la pisada que procura la presión del molde sobre soportes de elevados gramajes como único recurso distintivo me parece algo que roza lo cansino. Pero por otro lado, no es menos cierto que dicha materialidad a la que me refería, especialmente en cuerpos relativamente grandes, posibilita un acercamiento distinto, muy enriquecedor y pedagógicamente nada desdeñable a problemas relativos a espaciados, compensaciones ópticas, interlineados, adecuación de ascendentes y descendentes y muchísimas otras relaciones sintácticas propias de la composición y jerarquización del texto en la página. Los mecanismos de montaje son tan visibles que los posibles problemas de relación, adecuación y distribución de los distintos elementos (tanto si se trata de letras como de otros signos) se revelan como menos abstractos, más comprensibles y lógicos. Los mecanismos analógicos son infinitamente más transparentes, más locuaces que cualquier proceso digital. Las balanzas que usaban nuestras abuelas eran manifiestamente menos exactas que las modernas básculas digitales que tenemos en nuestras cocinas, pero con las primeras se pueden explicar principios físicos, con las segundas no.
Me pareció que incurría en el mismo error cuando el argumento iba en la dirección de remarcar que el antecesor del sistema actual no fue exactamente el sistema de tipos móviles, sino que fueron la monotipia y la linotipia. ¿Y? Nuevamente lo importante no es la mirada al pasado (o al pasado en un orden cronológico concreto) sino que la búsqueda en éste de elementos que nos ayuden a entender el presente, y no creo que una máquina de linotipia aportara nada más que satisfacer la simple curiosidad de conocer ese sistema en concreto. ¿Para qué más la íbamos a usar -a parte de como elemento decorativo-?
Otro punto controvertido, giraba entorno al papel del profesor en la formación del alumno: Enric defendía que la función del profesor debía limitarse a la transmisión de conocimientos entendiendo que la motivación era algo que se le suponía al implicado. Ese sería un tema mucho más amplio y con demasiadas derivaciones como para extenderme (hablar de la motivación de los alumnos actuales en las aulas podría dar para una tesis doctoral) pero, entendiendo que todo tiene unos límites razonables, debo decir que mis mejores profesores siempre han combinado el dominio de los contenidos con una gran capacidad para apasionar y motivar a los estudiantes (insisto, todo tiene sus limites, que tampoco se trata de hacer de majorettes, y cuando hay que llegar a esos extremos evidentemente comparto la tesis de Enric). En ese sentido, y centrándonos en la motivación, un correcto equilibrio entre la formación teórica, proyectual e instrumental así como entre distintos tipos de contenidos y trabajos que abarquen tanto aspectos conceptuales como técnicos, y que además incorporen los elementos propios del oficio… del taller…, se me antoja no solo como fundamental sino que recomendable y estimulador. Como ejemplo sirva mencionar que una de las mayores alegrías que me ha brindado mi experiencia en BunkerType ha sido el poder gozar de la compañía de personajes por los cuales siento gran respeto y admiración. Empezando por Andreu Balius y terminando por Alex Trochut, no recuerdo a nadie sin emocionarse como un niño al usar el utillaje de los talleres de impresión tradicional; creo no traicionar su confianza contando que en todos ellos se advertía una chispa especial en su mirada cuando se enfrentaban a las letras en un contexto distinto al que estaban habituados… Si profesionales de la talla de Daniel Ayuso, Tilman Soler, Xavi Roca, Albert Folch, Matteo Bologna, Josep Patau, Marc Salinas, Laura Meseguer o Ivan Castro -entre otros- han sido capaces de emocionarse o sorprenderse al levantar el papel por primera vez después de montar un molde tipográfico, o al comprobar la densidad matérica de una tipografía Futura de 72 pt. ¿no es lógico pensar en el aporte motivacional para los alumnos de este tipo de talleres como necesariamente positivo?
Enric terminó explicándonos que, tras ser requerido por una escuela que al parecer dudaba en incorporar un taller de letterpress, su consejo fue radicalmente desfavorable a esa idea «si montas un taller de letterpress lo vas a petar, pero los alumnos no van a aprender nada de tipografía», comentó. Esa afirmación me pareció ciertamente sorprendente, ya no porqué la mayoría de escuelas y centros universitarios europeos en el ámbito del diseño incorporen talleres de ese tipo (con defensores a ultranza de la talla y el prestigio de Erik Spiekermann), sino porque el propio Máster de Tipografía Avanzada de la Escuela Eina, uno de los más longevos y prestigiosos de nuestro país -sino el que más- y que el propio Enric Jardí dirige, integra en su programa el trabajo con tipos móviles.
En fin, ya para cerrar mi reflexión, no me gustaría sugerir que la incorporación de talleres de letterpress vaya a solucionar los problemas de nivel del alumnado en lo relativo a conocimientos y usos prácticos de tipografía que -en general- el conjunto de integrantes de la mesa redonda estuvo de acuerdo en señalar, pero me parece sensato reconocer que su aportación en este empeño solo puede ser positiva. De ese modo, y dejando al margen como debería ser la adecuación a la dinámica normal de las escuelas (acostumbradas a unos ratios de alumnos que necesariamente deberían reducirse), las infraestructuras necesarias a tal efecto y otras cuestiones de tipo funcional, no me cabe la menor duda que si entendemos el trabajo con tipos móviles desde una óptica alejada de la sensiblería, de miradas autocomplacientes al pasado, alejada en definitiva del rescate de lo antiguo como paradigma de lo auténtico y somos más exigentes con los objetivos, los procesos y los resultados, se trata de una herramienta potencialmente enriquecedora y con una gran capacidad de motivación para los alumnos. No se exactamente cual debió ser la escuela que le pidió consejo acerca de la idoneidad de contar con un taller de letterpress para sus alumnos, solo espero que -por esta vez- no le hicieran caso.
Jesús Morentin
BunkerType